jueves, 20 de noviembre de 2014

El cuerpo-ropaje y la transformación

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En los sistemas chamánicos de pensamiento todos los seres que pueblan el mundo tienen una manifestación material y otra inmaterial. La primera es una forma particular, diferenciada y visible, que separa a los distintos tipos de seres; la segunda es una esencia intangible común que los identifica y los une.

Los diferentes tipos de animales, de plantas y el hombre son así expresiones de una misma esencia espiritual, mantenida encubierta por un cuerpo o “ropaje” exterior, que circula entre todos los entes y los conecta.
Todos los seres son concebidos como “gente”: se cree que ellos se ven a sí mismos como gente y de hecho algunas personas tienen la capacidad de verlos como tal; se ordenan en grupos sociales idénticos a los de los humanos y se relacionan dentro de ellos y con los otros también bajo su modelo.
Los animales y otros seres vivos llevan formas de vida humana: viven en comunidades regidas por un jefe, tienen sus territorios y casas, bailan, cazan y siembran la tierra en los mundos o dimensiones a los que cada uno pertenece (el río, los cerros, el nivel superior, medio o inferior del bosque, etc.). Cuando los animales entran a sus casas se quitan su piel, o su “camisa”, y se transforman en gente, pero esta forma permanece invisible para el ojo humano común; únicamente los chamanes, con su “visión” poderosa y particular, u otras personas en estados de trance ritual, pueden llegar a contemplarla. Las relaciones de la gente-humana con las demás “gentes” de la naturaleza tienen asimismo un carácter social: algunos animales y plantas son tratados como parientes, otros como aliados, otros son enemigos, y las actividades en las que ambos se involucran se asimilan a intercambios de tipo social: la cacería, por ejemplo, se ve como una alianza matrimonial entre el cazador y su presa.
Según Eduardo Viveiros de Castro (1998):
“No es tanto que el cuerpo sea un ropaje como que el ropaje es un cuerpo. Estamos tratando con sociedades que inscriben significados eficaces en la piel y que usan máscaras animales (o al menos conocen su principio) dotadas con el poder de transformar la identidad de quien las usa, si se usan en el contexto apropiado. Ponerse una máscara no es tanto esconder bajo ella una esencia humana, sino activar los poderes de un cuerpo diferente. Los ropajes de animal que el chamán usa para viajar por el cosmos no son fantasías sino instrumentos: son similares al equipo de buceo, o a los trajes espaciales, y no una máscara de carnaval. La intención cuando se usa un traje de buceo es ser capaz de funcionar como un pez, respirar bajo el agua, no esconderlo a uno bajo una cubierta extraña. De la misma manera, el “ropaje”, que entre los animales cubre una ”esencia” de tipo humano, no es meramente un disfraz, sino su equipo distintivo, dotado con los efectos y capacidades que definen a cada animal”.
Los adornos, la pintura, los vestidos y demás objetos del atavío conforman una segunda piel que transforma la perspectiva de quien los lleva. La apariencia corporal es un atributo cambiable y removible de los seres, un “ropaje” modificable para “ver el mundo con otros ojos”: de jaguar, de langosta, venado, espíritu, ancestro…
También entre los pueblos prehispánicos la máscara fue un artefacto muy poderoso de metamorfosis de la identidad. Sin duda, cambiar de máscara era cambiar de piel y de forma de ver.
Estas cosmovisiones están saturadas de la idea de transformación. Algunos teóricos han llegado incluso a proponer que en ellas está ausente la idea de creación, y que todas las cosas y seres se originan como una transmutación de algo anterior. No hay un comienzo absoluto a partir de la nada, cada acto o ser es una respuesta a otro y todo se encuentra en constante metamorfosis, en continuo cambio. Lo permanente es el cambio.
Entre las transformaciones más reiterativas observadas en la cultura material están el hombre-ave y el hombre-jaguar.
La transformación en ave es una de las transmutaciones que aparece con mayor frecuencia e importancia en los materiales arqueológicos y en especial en la orfebrería. Es especialmente relevante en la orfebrería muisca, en donde además de numerosas figuras de hombres-ave existen narigueras, diademas y otros adornos con aves que debieron constituir elementos de transformación en estos animales. Por las características de las figuras humanas —al parecer de personajes de la élite— y por la complejidad y tamaño de los adornos es evidente la relación entre esta transformación y el poder político-religioso.
La transformación en jaguar estuvo también estrechamente vinculada a las élites políticas y religiosas de diversas sociedades. Sabemos por ejemplo que en el Cauca medio los caciques usaban atavíos que semejaban jaguares —uñas, taparrabos como colas, “pinturas de gato”—, y entre los muiscas con frecuencia los nombres de personas aludían al jaguar. Los felinos han sido símbolos universales de autoridad y poder por su fuerza, destreza, agilidad y visión aguda; por su color dorado se les ha asociado también con el oro, el sol y el fuego. Transformados en jaguares, los chamanes protegen a su comunidad o atacan a sus enemigos, curan las enfermedades o adivinan el futuro. Se cree que a su muerte estos chamanes se convierten en jaguares.